miércoles, 21 de julio de 2010

LA CASA DEL AGUA

En la Plaza de Armas de La Habana entramos una amiga y yo en un establecimiento llamado “Casa del agua”; un viejito nos sirve agua fría y nos dice que la casa se fundó en 1514.


-¿Son españolas?
-Sí, yo soy de Madrid –dice mi amiga-.
-Yo gallega.
-Yo soy de Coruña –dice el hombre-.
-¡Ah! Y yo de al lado, de Ferrol.


Nos coloca sus manos en los hombros y nos abraza emocionado:
-Yo estoy aquí porque a mi padre se lo cargó Franco y hace el gesto de pasarse la mano por la garganta.


En ese momento se retira llorando. En la esquina, apoyado en la barra hay un señor prieto (‘negro’), que comenta:
-Los gallegos son muy sentimentales, mi hija.


El viejito ya no habla y nos despedimos pidiéndole disculpas.

lunes, 19 de julio de 2010

LA CASA DESOLADA

Había que levantar la casa de los padres, deshabitada hacía meses, pues ellos ya no estaban, pero habían vivido en ella casi cincuenta años. Los hermanos comenzaron a desmantelar –‘quitar el mantel’ del latín dis, (des-), y mantellum, (velo, mantel)- en la que había, sí, muchos manteles de las abuelas y de la madre, pero no sólo. Revisaron los costureros y los cajones de la máquina “Singer”: encajes y agujas de crochet, hilos, ovillos de lana y agujas de calceta, tules bordados sin terminar…tantas cosas que hoy parecen anacrónicas. En un armario, al lado de las mantas de lana de las ovejas de la Tierra de Campos, aparecían agendas de la madre con los gastos cotidianos y recetas de cocina y menús y testimonios de las visitas de los hijos cuando vivían lejos. Los hermanos iban guardando en sendas cajas lo que para ellos eran recuerdos apreciados: el cubierto de una hermana con sus iniciales,  los cuadernos y libros del bachillerato o hasta las tacitas de café desportilladas.
Fue conmovedor encontrar fotografías antiguas de los antepasados  y de los padres y cartas que aún no se atreven a leer y un cuaderno de la madre en el que ella había copiado, con perfecta letra redondilla, los poemas que le gustaban, de Rubén, de José Asunción Silva, de su marido cuando eran novios: “¡Son tan claros y tranquilos! ¡Son tan bellos esos fondos de tu alma!...” En dos o tres cajas guardaron los escritos del padre.
Todas estas cosas eran fáciles de recoger y repartir, pero no así unos 5000 libros, cientos de vinilos, de cintas de vídeo y de casetes. No eran partidarios de la actitud de la sobrina de don Quijote cuando decía: -No hay para qué perdonar a ninguno [los libros], porque todos han sido los dañadores: mejor será arrojallos  por las ventanas al patio y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y, si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo. Por lo que organizaron el escrutinio de la biblioteca convocando a los nietos de sus padres en primer lugar y después a los amigos. Les resultaba más grato que los allegados disfrutaran los libros y discos del padre.
Cuando el escrutinio terminó fue doloroso contemplar la biblioteca desolada y alguien recordó la frase de la primera bisnieta que a los cuatro años dijo un día al entrar en el despacho del bisabuelo: -Abuelo, aquí hay todo lo que yo necesito. Alguien también evocó los versos del poeta Luis Martínez Drake:

En un sólo día
cambiaron los muebles, las alfombras
trasladaron los libros
dejaron vacías las paredes.
Me quedé quieto
para que no se rompiera nada
al olvidarlo.

                                                     Cuadro-poema de Lius Martínez Drake

Ya era una casa desolada: sin libros, sin muebles, sin cortinas y sin rosas,  agostados tempranamente los rosales. Sólo confortaba a los hermanos el haber comprobado que, en aquella casa, habían vivido padres e hijos tal vez los mejores años de sus vidas y disfrutar en los largos días del desmantelamiento de la generosidad de la vecina que les ofrecía zumo de naranja recién hecho por las mañanas y té por las tardes y todo su cariño de años de cercanía.

sábado, 17 de julio de 2010

SUMA

Sentada sobre las cinco vías
Mi amor por los libros viene desde muy temprana edad, aun antes de que mi padre pusiera el primero en mis manos a los 7 años: “Celia, lo que dice”, de la escritora exiliada en Argentina Elena Fortún,  pues antes ya conocía la “Suma teológica” de santo Tomás de Aquino.
Cuando tuve edad para sentarme a la mesa de los mayores, como  en mi casa no había trona, se les ocurrió a mis padres elevarme sobre unos cuantos libros colocados en la silla y eligieron una colección de gruesos volúmenes, siete u ocho, encuadernados en piel, escritos en latín y editados en el año 1797, se trataba de la famosa obra del filósofo medieval que sostenía que las mujeres no tienen alma -pero ésta es otra historia-.
Tomus Septimus
Dudo que la proximidad epidérmica con aquellos libros me sirviera para incrementar mis conocimientos además de mi estatura, dado que el lugar donde la espalda pierde su honesto nombre –así llamaban al culo mis tías- no es el más propicio para aprender. Pero de lo que estoy casi segura es de que el pobre fraile Tomás de Aquino sufrió los agravios de mi fisiología infantil.
Sin embargo, la educación que en los años cuarenta impartían nuestros padres consistía en dar cachetes sin ira, generalmente en la zona del cuerpo a la que me vengo refiriendo, cuando los infantes no entrábamos en razón y aprendíamos, ¡vaya que si aprendíamos!, y no estamos “traumados”. Hoy en día, hay niños que se convierten en tiranos de sus padres porque éstos piensan que tienen que ser amigos de los hijos y les fabrican un fanal de supuesta felicidad y dulzura. Y los resultados no siempre son los mejores.

martes, 6 de julio de 2010

PATROCINIO DE BIEDMA, POETA ANDALUZA


Si las mujeres que escribían en siglos pasados lo han hecho -según analizó Virginia Woolf- con cólera, hoy, la mayoría de ellas encuentra el distanciamiento necesario para escribir y salen del silencio con alegría sin pedirle cuentas al destino. Ya no precisan la elección entre ser escritora-ser mujer.
En el siglo XIX encontramos numerosos poemas románticos compuestos por mujeres doloridos y tristes; sin embago no se puede generalizar –ya lo apuntaba Chesterton: “toda generalidad es falsa, incluso ésta”-, y  se da el caso de mujeres poetas que escribieron algún poema desde la ironía y el humor, tal es el caso del siguiente, que sorprende por lo que tiene de sátira desenfadada. Patrocinio de Biedma compone esta potente humorada con la que ajusta las cuentas a tópicos románticos tan prestigiosos como el suicidio, la naturaleza turbulenta, las declaraciones de amor rimbombantes o los ambientes exóticos. Al pretendiente rechazado, que quería llevársela al campo tapizado por el hielo, se le ofrece el espejismo cruel de la cómoda alfombra donde retozar, junto a la chimenea doméstica, cerca de los leños encendidos, escenario más propicio para el deseo de la dama: yo quiero un alma que se exhale en llamas. De agradecer la aproximación a la vida cotidiana en el verso y tengo yo muy delicado el pecho, que introduce la sospecha de la  tuberculosis, enfermedad típica de la época romántica.

A UN POLLO MUY ROMÁNTICO
(Patrocinio de Biedma, Bejígar –Jaén-, 1848 - Cádiz, 1927)

¡Cesa ya, por favor! ¡estoy cansada
del lúgubre clamor de tus lamentos!
no me hables más de amor, te lo suplico,
deja ya en paz al pobre niño ciego.

Cálmese tu romántica manía;
no sueñes con suicidios ni venenos;
mira que yo soy débil y nerviosa
y oyendo esos horrores tengo miedo.

No me hables de los bosques y las auras,
de un edén en el fondo del desierto;
no me gustan los bosques... son muy fríos
y tengo yo muy delicado el pecho.

Vuelve ya a la. razón: ¿no es preferible
en las glaciales noches del invierno
el templado calor de mis alfombras
al campo tapizado con el hielo?

¿No es más bella mi alegre chimenea
do brilla siempre un abundante fuego
que la cabaña tétrica y mezquina
que transforma en edén tu pensamiento?

¿No tienen más cadencia y armonía
de mi piano los acordes ecos
que no el silbido con que ronco brama
en la montaña el huracán violento?

¿No valen más mis plácidas veladas
do entre amigos fugaz resbala el tiempo
que no la triste soledad contigo
en que siglos se hicieran los momentos?

No me digas qué versos te diría;
¡calla, por Dios, o cesaré de hacerlos!
¡si hasta las musas huyen asustadas
oyendo tus románticos excesos!

Cese tu empeño ya: no hay esperanza;
yo no quiero un amor de caramelo;
yo quiero un alma que se exhale en llamas;
yo quiero un corazón todo de fuego.

No me gustan idilios pastoriles;
no me gustan cabañas ni desiertos;
no me gustan los bosques; son muy fríos
 y tengo yo muy delicado el pecho.

sábado, 3 de julio de 2010

VENTANAS


…al llegar a mi casa…
vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares,
las ventanas,
-sí, todas las ventanas-.
(…)
Luis Rosales


En los rincones de la memoria se van quedando frases, versos o palabras que se convierten en contraseñas o “passwords” que, en cuanto las oímos o leemos, nos abren escenas de nuestro pasado, o toda una cadena de recuerdos. Si yo oigo “La Quinta” –barrio de Granada- “veo” con la mente una casa con ciprés y una habitación muy fría con dos ventanas enfrentadas; por una se veía la sierra, por la otra las colinas de Granada.
O al contrario, se recuerdan “passwords” en momentos rutinarios de nuestras vidas. Si la casa está vacía cuando llego, al dejar las llaves en su alcayata, pronuncio en voz alta la jaculatoria que mi abuelo decía en la misma circunstancia: alabado sea Dios, a lo que la niña que yo era debía responder: sea por siempre, etc. De mi educación católica me quedan trazas como ésta, cuatro o cinco oraciones en latín, suspender mi atención ante un canto gregoriano y escuchar con frecuencia o cantar el Pange lingua gloriosi
Y, si, al llegar a casa, hay luces en alguna habitación y veo iluminadas, obradoras, radiantes, estelares, las ventanas, se encienden los versos de Luis Rosales que leí hace muchos años: ¡..la casa está encendida! Y una especie de sosiego se dilata en el aire...