En “El tiempo entre costuras” María Dueñas cuenta la historia de la hija de una costurera madrileña, Sira; escrita en primera persona, la novela comienza en los años treinta, cuando la protagonista contaba veintitantos años. La autora posee una variada documentación sobre la época de la posguerra española en el Protectorado de Marruecos, que utiliza para crear una novela histórica, en la que se entrecruzan los personajes de ficción con los reales. En 2010 se convirtió en la novela más vendida.
Durante el año y pico que ha pasado desde que la leí, he llevado a cabo un pequeño sondeo entre bastantes lectoras, recurriendo incluso al “facebook”, -utilizo el femenino pues sólo conozco a mujeres que la han leído- y, menos a tres o cuatro, les gustó a todas. Las partidarias alegan que es muy entretenida, que personajes históricos como Juan Luis Beigbeder o Serrano Súñer están muy bien descritos, que la protagonista, Sira, resulta una mujer valiente e interesante o que es la única novela histórica sobre el Protectorado español, aunque esto no es exacto ya que en el año 1976 se publicó una novela “La vida perra de Juanita Narbona”, bastante olvidada hoy, escrita por Ángel Vázquez; una verdadera novela.
Pues bien, yo me encuentro entre las tres o cuatro que disentimos; he de añadir que he recibido la opinión de un hombre que me escribe un SMS diciéndome que “El tiempo entre costuras” no lo ha enganchado, que tiene incongruencias y que la ha terminado de leer por cabezonería. A mí, sin embargo, me enganchó al principio, pero perdí el interés en el cuarto o quinto capítulo; me dio la impresión de que, a partir de ahí, a la autora se le va de las manos la narración y desvaría (DRAE: desvariar: ‘desunir o desviar’), como si se hubiera cansado de escribir. Aunque pude encontrar momentos esporádicos de interés.
Ya que estamos entre costuras, se sabe que cualquier texto, para convertirlo en literario hay que elaborarlo como un tapiz: que el fondo y la forma sean como la urdimbre y la trama de un telar; o, como afirmaba Flaubert: la forma es al fondo lo que el calor al fuego. Pero a lo largo de la novela que nos ocupa, la forma es inapropiada, cuando no incorrecta. Cito algunos ejemplos:
- Frase sin sentido de la página 137: […] en cuanto noté que el sonido de las botas se desvanecía en la distancia, apreté el paso y saqué por fin el alivio a respirar […]
- En la página 604: [...] al alcanzar consciencia de mi envergadura [...] Y en la 605: [...] (ellos) me habían hecho crecer en apenas unos días. O tal vez llevaba tiempo creciendo despacio y hasta entonces no había sido consciente de mi nueva estatura […] La autora abusa de la misma metáfora en dos frases que chirrían por lo ajenas al lenguaje literario.
- En la página 630 describe la autora una posible boda de su madre con un viudo: [...] lograría convencerla para acabar casándose una mañana de junio en una ceremonia madura y diminuta delante de todos sus hijos [...] La acumulación de verbos del principio de la frase es innecesaria y los adjetivos con que describe la ceremonia, imposibles.
Se encuentran además en el texto numerosas palabras, cuyos significados no son correctos. He aquí algunas muestras:
- Página 310: [...] dijo volviéndose a mí con gesto “contuso”...
- En la 537: [...] ellas luciendo altivas el lujo de sus “joyeros”, (por: “conjunto de joyas”).
- En la 592 utiliza la palabra cuestionar en lugar de “preguntar”.
Por otra parte, algún crítico ha señalado que se trata de una novela con final abierto, pero no es tal, ya que la autora propone una serie caótica de finales posibles, cuando en realidad el final abierto es aquel en que el autor decide que el propio lector elija la explicación que más le satisfaga para construir el verdadero desenlace; así, quien lee se convierte en lector activo, porque completa la historia con las claves que el autor va dejando en la composición. Un ejemplo de novela con final abierto es la genial obra de Henry James “Otra vuelta de tuerca”.
En resumidas cuentas, no por vender miles de ejemplares una novela se convierte en buena. Como afirma el crítico Rodríguez Rivero, Dueñas ha hecho carrera al margen (pero cerca) de la literatura. Y, no por ser mujer, una se convierte en gran novelista. Me quedo con la opinión de Ana María Matute, que, a la pregunta sobre si existe una literatura de mujer, responde: Existe la Literatura, la buena y la mala, y me da lo mismo que esté escrito por el hombre que por la mujer.
Con lo escrito, no he seguido el consejo de W.H. Auden que dice: Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter. Espero que no me afecte a éste.