viernes, 23 de septiembre de 2011

ALFILERES




La película “El Cairo 678”, del director egipcio Mohamed Diab, relata la historia, basada en hechos reales, de tres mujeres cairotas que, para defenderse del acoso sexual que sufrían en los autobuses de la línea del título, deciden tomarse la justicia por su mano, pinchando con un punzón en un delicado lugar, a los que se propasaban. Provocaron un gran escándalo en la ciudad, pero, apoyadas por la opinión pública, estas tres mujeres consiguieron sacar a la luz el problema, además de una ley que pudiera amparar en algo a las mujeres.

En las ciudades, vejaciones de este tipo contra las mujeres han sido universales. En los años 40-50, mis jóvenes tías y sus amigas, al salir del trabajo, iban al cine armadas con sendos alfileres de velo, (con el que era obligatorio cubrirse en la iglesia), para pinchar a los hombres que las acosaban y casi todos los días tenían que usarlos. Muchas mujeres mayores cuentan, y no paran, las humillaciones y afrentas que soportaban en la calle o en los medios de transporte, verbales y con persecución unas veces, con el aliento del ofensor en el cuello y otras más graves, que solo comentaban con las amigas, pero nunca con las personas mayores. Este problema oculto y silenciado deriva de la represión sexual de dictaduras como la franquista o la egipcia. Ya analizaba Wilhelm Reich cómo los regímenes dictatoriales reprimen en principio la sexualidad, que es como la puerta de la represión de todos los demás derechos y libertades.
La película “El Cairo 678” es digna de ver y ya ha ganado un premio en el Festival de Cine ce Taormina.

domingo, 11 de septiembre de 2011

“EL TIEMPO ENTRE COSTURAS”

En “El tiempo entre costuras” María Dueñas cuenta la historia de la hija de una costurera madrileña, Sira; escrita en primera persona, la novela comienza en los años treinta, cuando la protagonista contaba veintitantos años. La autora posee una variada documentación sobre la época de la posguerra española en el Protectorado de Marruecos, que utiliza para crear una novela histórica, en la que se entrecruzan los personajes de ficción con los reales. En 2010 se convirtió en la novela más vendida.
Durante el año y pico que ha pasado desde que la leí, he llevado a cabo un pequeño sondeo entre bastantes lectoras, recurriendo incluso al “facebook”,  -utilizo el femenino pues sólo conozco a mujeres que la han leído- y, menos a tres o cuatro, les gustó a  todas. Las partidarias alegan que es muy entretenida, que personajes históricos como Juan Luis Beigbeder o Serrano Súñer están muy bien descritos, que la protagonista, Sira, resulta una mujer valiente e interesante o que es la única novela histórica sobre el Protectorado español, aunque esto no es exacto  ya que en el año 1976 se publicó una novela “La vida perra de Juanita Narbona”, bastante olvidada hoy, escrita por Ángel Vázquez; una verdadera novela.
Pues bien, yo me encuentro entre las tres o cuatro que disentimos; he de añadir que he recibido la opinión de un hombre que me escribe un SMS diciéndome que “El tiempo entre costuras” no lo ha enganchado, que tiene incongruencias y que la ha terminado de leer por cabezonería. A mí, sin embargo, me enganchó al principio, pero perdí el interés en el cuarto o quinto capítulo; me dio la impresión de que, a partir de ahí, a la autora se le va de las manos la narración y desvaría (DRAE: desvariar: ‘desunir o desviar’), como si se hubiera cansado de escribir. Aunque pude encontrar momentos esporádicos de interés.
Ya que estamos entre costuras, se sabe que cualquier texto, para convertirlo en  literario hay que elaborarlo como un tapiz: que el fondo y la forma sean como la urdimbre y la trama de un telar; o, como afirmaba Flaubert: la forma es al fondo lo que el calor al fuego. Pero a lo largo de la novela que nos ocupa, la forma es inapropiada, cuando no incorrecta. Cito algunos ejemplos:
  • Frase sin sentido de la página 137: […] en cuanto noté que el sonido de las botas se desvanecía en la distancia, apreté el paso y saqué por fin el alivio a respirar […]
  • En la página 604: [...] al alcanzar consciencia de mi envergadura [...] Y en la 605: [...] (ellos) me habían hecho crecer en apenas unos días. O tal vez llevaba tiempo creciendo despacio y hasta entonces no había sido consciente de mi nueva estatura [] La autora abusa de la misma metáfora en dos frases que chirrían por lo ajenas al lenguaje literario.
  • En la página 630 describe la autora una posible boda de su madre con un viudo: [...] lograría convencerla para acabar casándose una mañana de junio en una ceremonia madura y diminuta delante de todos sus hijos [...] La acumulación de verbos del principio de la frase es innecesaria y los adjetivos con que describe la ceremonia, imposibles. 

Se encuentran además en el texto numerosas palabras, cuyos significados no son correctos. He aquí algunas muestras:
  • Página 310: [...] dijo volviéndose a mí con gesto contuso”... 
  • En la 537: [...] ellas luciendo altivas el lujo de sus joyeros”, (por: “conjunto de joyas”). 
  • En la 592 utiliza la palabra cuestionar en lugar de “preguntar”.  
Por otra parte, algún crítico ha señalado que se trata de una novela con final abierto, pero no es tal, ya que la autora propone una serie caótica de finales posibles, cuando en realidad el final abierto es aquel en que el autor decide que el propio lector elija la explicación que más le satisfaga para construir el verdadero desenlace; así, quien lee se convierte en lector activo, porque completa la historia con las claves que el autor va dejando en la composición. Un ejemplo de novela con final abierto es la genial obra de Henry James “Otra vuelta de tuerca”. 
En resumidas cuentas, no por vender miles de ejemplares una novela se convierte en buena. Como afirma el crítico Rodríguez Rivero, Dueñas ha hecho carrera al margen (pero cerca) de la literatura. Y, no por ser mujer, una se convierte en gran novelista. Me quedo con la opinión de Ana María Matute, que, a la pregunta sobre si existe una literatura de mujer, responde: Existe la Literatura, la buena y la mala, y me da lo mismo que esté escrito por el hombre que por la mujer. 
Con lo escrito, no he seguido el consejo de W.H. Auden que dice: Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter. Espero que no me afecte a éste.  




domingo, 4 de septiembre de 2011

MI UNICORNIO AZUL


(Post scriptum a la entrada del 1 de septiembre de 2011)
El unicornio vive alejado de los humanos, vagando por los bosques; buscado siempre, el animal fabuloso se escabulle, mientras no encuentre el regazo acogedor de una doncella, entonces se echa mansamente sobre su falda y, en ese momento, se lo puede apresar.
El unicornio puebla los cuentos y las leyendas y sirve como recurso poético- simbólico a escritores y poetas; lo hemos visto en “Paraíso inhabitado” y es la figura que utiliza Silvio Rodríguez para componer la canción “Mi unicornio azul”, que forma parte del grupo de canciones inolvidables en lengua castellana:
Mi unicornio azul
ayer se me perdió,
pastando lo dejé
Esta bella y extraña canción es una alegoría que parte de la metáfora: “lápiz azul” = “unicornio azul”. Porque, según me informa una amiga cubana, los lápices de colores más famosos de Cuba son de la marca “El Unicornio” -como en España los “Alpino”-.
(La red está que arde con la búsqueda del unicornio -algunos ya lo han fotografiado- y la interpretación de la metáfora del cantor cubano).



jueves, 1 de septiembre de 2011

LA DAMA DEL UNICORNIO

LA DAMA Y EL UNICORNIO
Museo de Cluny

En la tradición de las novelas iniciáticas, que comienza en nuestra literatura con el Lazarillo, se encuentra la novela “Paraíso inhabitado”, de Ana Mª Matute, cuya historia es el camino de la vida que emprende una niña -Nací cuando mis padres ya no se querían- y finaliza en el momento en el cual los lazos de la niñez se van deshaciendo y la niña se convierte en  adolescente. Contada en primera persona, el punto de vista de la novela es el de Adriana, la protagonista, una niña rara que apenas habla, pero le gusta escuchar, escondida en la cocina o la despensa, en la parte de la casa con suelo sin encerar, a la  que ella llama el mundo de los Gnomos; en él están las personas que más la quieren y la cuidan, sobre todo la cocinera Isabel y la tata María; allí transcurre la mayor parte de su vida, por lo que su aprendizaje tendrá lugar entre estas mujeres humildes y un niño vecino, su amigo del alma, Gavi.
El otro mundo contrario es el de los Gigantes, que habitan los mayores: un padre, prácticamente ausente, una madre fría, dada al melodrama, y los hermanos. Es el ala lujosa del piso, a la que Adriana no accederá hasta que se convierta en Gigante. Ella sólo se adentra en el gran salón vedado cuando todos duermen y donde, de vez en cuando, ve escaparse de un tapiz al unicornio. Que será el símbolo del mundo en el que la niña se ampara, el de la fantasía: Tata María, y la cocinera Isabel, me habían leído, la primera, y contado, la segunda, muchos cuentos. La cocinera no sabía leer, pero cultivaba el arte de contar, tradición ancestral de las mujeres, dueñas de la oralidad,  transmisoras de cantos y cuentos; incluso ellas han sido las creadoras de las primitivas canciones en diversas lenguas y culturas.
La iniciación en los cuentos, la madre distante, así como el rechazo de la mentalidad conservadora de la familia y de su hipocresía, que se aprecian en Adriana, tienen un trasfondo autobiográfico que la autora ha confesado en alguna entrevista.Otros aspectos de la visión del mundo de Ana María Matute se muestran en la novela a través de personajes transgresores, con los que simpatiza: un vecino homosexual, con su carga de dolor en el mundo convulso de los años treinta, ya que la historia de la novela abarca parte de la II República y la Guerra Civil, la tía Eduarda, mujer moderna que conducía un coche y tenía una piel dorada donde resplandecían sus grandes ojos azules de Unicornio, que transmite a la niña la libertad y la euforia por primera vez. Aunque la  escritora da pinceladas de fantasía, la novela está anclada en una realidad que conoce y, a través de la narradora, se solidariza con aquellas personas que entraban por la puerta de servicio y pone de manifiesto algo que ella misma declara: la injusticia ha sido siempre algo que me ha sublevado mucho.

De “Paraíso inhabitado” se disfruta la historia, pero también “el discurso”, como dirían los narratólogos. Nosotros, simples lectores, diremos que las palabras de esta novela y la forma de narrar nos proporcionan también el gozo de la lectura, porque Ana María Matute es “La Dama de la Escritura”.