Desde un
pueblo de la campiña cordobesa, unos días antes de las primeras elecciones del
15 de junio de 1977, varios autobuses con militantes del PCE salían para
Córdoba para asistir al mítin de cierre de campaña. Todas las experiencias de
aquella época, mezcla de esperanza, ilusión y miedo, me vienen a la memoria al
conocer el fallecimiento de Santiago Carrillo, a los 97 años. En aquel mítin
hablaron Carrillo, Ignacio Gallego y Julio Anguita, entre otros oradores.
Por el
concepto “Las fuerzas del trabajo y de la cultura” acuñado por Carrillo en un
libro de 1967, publicado en Praga, a mí me eligieron los camaradas responsable
de las mujeres del pueblo. Tuve que estudiar mucho; pero un grupo de mujeres
mayores me enseñaron mucho más a mí que yo a ellas, que habían vivido los
avances de la II República y los horrores de la Guerra Civil y eran mujeres
ilustradas, que guardaban en lugares inaccesibles de sus casas los libros
prohibido en la Dictadura, recuerdo sobre todo a tres Dolores, que eran mujeres
con un gran poderío y varios hijos y nietos. Mi labor, aparte de leer con ellas
y comentar el “Manifiesto comunista”, consistía en “apagar fuegos”: durante el
camino hacia Córdoba, ellas iban cantando canciones revolucionarias muy
hermosas, como las que comienzan:
En España las flores que nacen en abril
no nacen de alegría, sí de dolores, sí
de tres años de tiros, de tres años sin mí
que resistió su pueblo solo contra el fusil…
El Ejército de Ebro
rumba la rumba, la rumba la
una noche el río pasó
Ay, Carmela, Ay, Carmela…
O “La joven Guardia”,
una de cuyas estrofas dice:
Somos los hijos de Lenin,
y a vuestro régimen feroz
el comunismo ha de vencer
con el martillo y con la hoz…
Y la cantaban
pronunciando “Linín” y “joz”. Pero
algunas de esas canciones no encajaban con el “Eurocomunismo” y yo les
recomendaba que no era momento aún para cantarlas. Entonces una de las Dolores
me contó esta historia: -Mira, Marivitoria, ¿tú sabes lo que es no poder hablar
en libertad, no poder reunirse y ni siquiera poder cantar? Pues yo a mis hijos,
desde que nacían, les cantaba en vez de nanas los cantos prohibidos, en voz muy
baja para que nadie pudiera oírme. Pero un día a mi hijo Juan, que ya hablaba y
cantaba muy bien, le oí cantar a la puerta de la casa una de las canciones que
yo le había cantado para dormirlo, salí y le pegué dos guantadas para que jamás
volviera a cantar nada de aquello. Desde entonces, ¿tú sabes la desgracia que
era no poder cantar ni tan siquiera dentro de mi casa aquellas canciones que
tanto me gustaban? Se me ponía el vello de punta de pensar que nos metieran a
todos en la cárcel, si alguno de mis niños cantaba algo prohibido. Así que
desde que ellos aprendieron a hablar, yo, muda. Es como lo que dice esa canción
que ahora se oye tanto: “No nos dejan cantar, canario mío,/ no nos dejan cantar
nuestras canciones...” que, por lo visto, es una poesía de un poeta comunista,
tiene un nombre raro ¿Cómo se llama? -¡Ah!, sí, un poeta turco, Nazim Hikmet
“...mi canario con alas de águila...”
Y cantando
todos los del autobús, a voz en grito, la canción del grupo “Aguaviva” llegamos
a Córdoba para asistir al que, para los más jóvenes, iba a ser el primer mitin
de nuestras vidas.