miércoles, 19 de septiembre de 2012

EL PRIMER MÍTIN



Desde un pueblo de la campiña cordobesa, unos días antes de las primeras elecciones del 15 de junio de 1977, varios autobuses con militantes del PCE salían para Córdoba para asistir al mítin de cierre de campaña. Todas las experiencias de aquella época, mezcla de esperanza, ilusión y miedo, me vienen a la memoria al conocer el fallecimiento de Santiago Carrillo, a los 97 años. En aquel mítin hablaron Carrillo, Ignacio Gallego y Julio Anguita, entre otros oradores.
Por el concepto “Las fuerzas del trabajo y de la cultura” acuñado por Carrillo en un libro de 1967, publicado en Praga, a mí me eligieron los camaradas responsable de las mujeres del pueblo. Tuve que estudiar mucho; pero un grupo de mujeres mayores me enseñaron mucho más a mí que yo a ellas, que habían vivido los avances de la II República y los horrores de la Guerra Civil y eran mujeres ilustradas, que guardaban en lugares inaccesibles de sus casas los libros prohibido en la Dictadura, recuerdo sobre todo a tres Dolores, que eran mujeres con un gran poderío y varios hijos y nietos. Mi labor, aparte de leer con ellas y comentar el “Manifiesto comunista”, consistía en “apagar fuegos”: durante el camino hacia Córdoba, ellas iban cantando canciones revolucionarias muy hermosas, como las que comienzan:

En España las flores que nacen en abril
no nacen de alegría, sí de dolores, sí
de tres años de tiros, de tres años sin mí
que resistió su pueblo solo contra el fusil…

El Ejército de Ebro
rumba la rumba, la rumba la
una noche el río pasó
Ay, Carmela, Ay, Carmela…

O  “La joven Guardia”, una de cuyas estrofas dice:
Somos los hijos de Lenin,
y a vuestro régimen feroz
el comunismo ha de vencer
con el martillo y con la hoz…

Y la cantaban pronunciando “Linín”  y “joz”. Pero algunas de esas canciones no encajaban con el “Eurocomunismo” y yo les recomendaba que no era momento aún para cantarlas. Entonces una de las Dolores me contó esta historia: -Mira, Marivitoria, ¿tú sabes lo que es no poder hablar en libertad, no poder reunirse y ni siquiera poder cantar? Pues yo a mis hijos, desde que nacían, les cantaba en vez de nanas los cantos prohibidos, en voz muy baja para que nadie pudiera oírme. Pero un día a mi hijo Juan, que ya hablaba y cantaba muy bien, le oí cantar a la puerta de la casa una de las canciones que yo le había cantado para dormirlo, salí y le pegué dos guantadas para que jamás volviera a cantar nada de aquello. Desde entonces, ¿tú sabes la desgracia que era no poder cantar ni tan siquiera dentro de mi casa aquellas canciones que tanto me gustaban? Se me ponía el vello de punta de pensar que nos metieran a todos en la cárcel, si alguno de mis niños cantaba algo prohibido. Así que desde que ellos aprendieron a hablar, yo, muda. Es como lo que dice esa canción que ahora se oye tanto: “No nos dejan cantar, canario mío,/ no nos dejan cantar nuestras canciones...” que, por lo visto, es una poesía de un poeta comunista, tiene un nombre raro ¿Cómo se llama? -¡Ah!, sí, un poeta turco, Nazim Hikmet “...mi canario con alas de águila...”
Y cantando todos los del autobús, a voz en grito, la canción del grupo “Aguaviva” llegamos a Córdoba para asistir al que, para los más jóvenes, iba a ser el primer mitin de nuestras vidas.