La fama del Profesor Agustín García Calvo nos llegó a los alumnos de
Preuniversitario de Letras del Instituto de Huelva, que nos examinábamos
en la Universidad de Sevilla de lo que no recuerdo si entonces ya se llamaba
Selectividad. Entre las chicas se corrió la voz de que el Catedrático que nos
examinaría del “Fedón” y “Las Catilinarias” sin diccionario (!) era un
señor tan interesado por la cultura grecolatina que quizá, para congraciarnos
con él, tendríamos que sacrificar palomas a Afrodita; y que era además joven,
unos 34 años, y guapo. No nos defraudó: de entre el grupo de profesores que
entraban en el aula, destacaba por su porte apuesto y por su manera de vestir
impecable, con traje gris, antes de que trajese del exilio francés la imagen
desaliñada por la que todos lo reconocemos hoy. Yo no tuve la suerte de que me
diera clase en la carrera, pero mis compañeros que la hicieron en Sevilla lo
consideraban el mejor profesor que habían tenido: paciente, comprensivo y
sabio.
Agustín García Calvo se trasladó a Madrid y, por apoyar las protestas
estudiantiles, en el año 1965, fue expulsado de la Universidad junto a Enrique
Tierno Galván y José Luis Aranguren. Vivió en París, hasta que a principios de
1977 regresó a España y a su cátedra. Hombre ácrata y contradictorio, desde su
vuelta fue adoptado por los jóvenes como apóstol de la contracultura. Se
ha dicho de él que era el Sócrates moderno, ya que exaltaba la palabra hablada
más que la escrita, que puede distorsionar el pensamiento que fluye. Ese afán
suyo lo llevó a adherirse desde su origen al movimiento 15-M y no faltó un solo
jueves a las concentraciones en la Puerta del Sol, junto a los nuevos jóvenes
indignados. Su último discurso en dicho lugar, megáfono en mano, fue el 12 de
marzo del presente año.
Los jóvenes de la Transición conocimos su poesía en la voz y con la
música de Amancio Prada. Y las feministas descubrimos uno de sus más famosos
poemas sobre la libertad de las mujeres “Libre
te quiero”. Éste y otros del poeta se los hacía aprender a mis alumnos,
recitados o cantados, llevando el disco a clase. Un día un alumno me aseguró
que esa canción se la había oído a María Jiménez, yo me aposté 100 pesetas con
él a que no era posible; al otro día las perdí y me di cuenta de la pasión que
destila esta mujer en sus canciones; desde entonces oigo con frecuencia,
mientras conduzco, los poemas de Joaquín Sabina cantados por ella, la mayoría
me gustan más que en la voz del cantante ubetense.
De entre los poemas de Agustín García Calvo, siempre recuerdo uno, cuya
primera estrofa está hoy cargada de actualidad; se titula “La cara del que sabe” y
dice así:
Cuando veas al
hombre de banca
dinámico y grave
que en la ranura de su coche
introduce la llave,
mientras habla con un cliente
importante,
y con mano segura
agarra el volante,
verás, si te fijas, en el cristal
la cara del que sabe.
dinámico y grave
que en la ranura de su coche
introduce la llave,
mientras habla con un cliente
importante,
y con mano segura
agarra el volante,
verás, si te fijas, en el cristal
la cara del que sabe.