domingo, 4 de noviembre de 2012

AGUSTÍN GARCÍA CALVO (In memoriam)



La fama del Profesor Agustín García Calvo nos llegó a los alumnos de  Preuniversitario de Letras del Instituto de Huelva, que nos examinábamos en la Universidad de Sevilla de lo que no recuerdo si entonces ya se llamaba Selectividad. Entre las chicas se corrió la voz de que el Catedrático que nos examinaría del “Fedón”  y “Las Catilinarias” sin diccionario (!) era un señor tan interesado por la cultura grecolatina que quizá, para congraciarnos con él, tendríamos que sacrificar palomas a Afrodita; y que era además joven, unos 34 años, y guapo. No nos defraudó: de entre el grupo de profesores que entraban en el aula, destacaba por su porte apuesto y por su manera de vestir impecable, con traje gris, antes de que trajese del exilio francés la imagen desaliñada por la que todos lo reconocemos hoy. Yo no tuve la suerte de que me diera clase en la carrera, pero mis compañeros que la hicieron en Sevilla lo consideraban el mejor profesor que habían tenido: paciente, comprensivo y sabio. 
Agustín García Calvo se trasladó a Madrid y, por apoyar las protestas estudiantiles, en el año 1965, fue expulsado de la Universidad junto a Enrique Tierno Galván y José Luis Aranguren. Vivió en París, hasta que a principios de 1977 regresó a España y a su cátedra. Hombre ácrata y contradictorio, desde su vuelta fue adoptado por los jóvenes como apóstol de la contracultura. Se ha dicho de él que era el Sócrates moderno, ya que exaltaba la palabra hablada más que la escrita, que puede distorsionar el pensamiento que fluye. Ese afán suyo lo llevó a adherirse desde su origen al movimiento 15-M y no faltó un solo jueves a las concentraciones en la Puerta del Sol, junto a los nuevos jóvenes indignados. Su último discurso en dicho lugar, megáfono en mano, fue el 12 de marzo del presente año. 
Los jóvenes de la Transición conocimos su poesía en la voz y con la música de Amancio Prada. Y las feministas descubrimos uno de sus más famosos poemas sobre la libertad de las mujeres “Libre te quiero”. Éste y otros del poeta se los hacía aprender a mis alumnos, recitados o cantados, llevando el disco a clase. Un día un alumno me aseguró que esa canción se la había oído a María Jiménez, yo me aposté 100 pesetas con él a que no era posible; al otro día las perdí y me di cuenta de la pasión que destila esta mujer en sus canciones; desde entonces oigo con frecuencia, mientras conduzco, los poemas de Joaquín Sabina cantados por ella, la mayoría me gustan más que en la voz del cantante ubetense. 
De entre los poemas de Agustín García Calvo, siempre recuerdo uno, cuya primera estrofa está hoy cargada de actualidad; se titula “La cara del que sabe” y dice así:
 Cuando veas al hombre de banca
dinámico y grave
que en la ranura de su coche
introduce la llave,
mientras habla con un cliente
importante,
y con mano segura
agarra el volante,
verás, si te fijas, en el cristal
la cara del que sabe.