En la Plaza de Armas de La Habana entramos una amiga y yo en un establecimiento llamado “Casa del agua”; un viejito nos sirve agua fría y nos dice que la casa se fundó en 1514.
-¿Son españolas?
-Sí, yo soy de Madrid –dice mi amiga-.
-Yo gallega.
-Yo soy de Coruña –dice el hombre-.
-¡Ah! Y yo de al lado, de Ferrol.
Nos coloca sus manos en los hombros y nos abraza emocionado:
-Yo estoy aquí porque a mi padre se lo cargó Franco y hace el gesto de pasarse la mano por la garganta.
En ese momento se retira llorando. En la esquina, apoyado en la barra hay un señor prieto (‘negro’), que comenta:
-Los gallegos son muy sentimentales, mi hija.
El viejito ya no habla y nos despedimos pidiéndole disculpas.

En los rincones de la memoria se van quedando palabras que se convierten en contraseñas o “passwords” que, en cuanto las oímos o leemos, nos abren escenas de nuestro pasado o toda una cadena de recuerdos. O al contrario, se recuerdan “passwords” en momentos rutinarios de nuestras vidas. Si al llegar a casa, veo radiantes las ventanas, se encienden los versos de Luis Rosales que leí hace muchos años: “La casa está encendida”. Y una especie de sosiego se dilata en el aire…
Qué bonito, mi hija
ResponderEliminarSabroso...
ResponderEliminarMammmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmbo, que rico mambo
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Qué agradable sorpresa! La Casa del Agua, tan lejana ya en el tiempo y tan cercana en mi memoria. Pobre viejito, gallego, aplastado por otro gallego de infausto recuerdo. Pero ahí permanece el viejito con su Casa del Agua, fresca, transparente, cristalina, no hay dictador que pueda con ella.
ResponderEliminarPor las intrincadas callejuelas de La Habana Vieja había otras: La Casa del Café, con su delicioso y penetrante aroma, La Casa del Chocolate… pero ninguna tan entrañable como la del Agua.