Paolo y Francesca (Gustavo Doré)
Aprendí a andar en una farmacia y a escribir en la rebotica, así que mi letra era igual a la de mi paciente maestra, la farmacéutica. A los 6 o 7 años me convertí en la recadera: iba al almacén a recoger medicinas y a las casas de algunos ancianos a llevarlas; lo que más me gustaba era ir a un convento de monjas de clausura, llamar, responder al pío saludo, “Ave María purísima”, con la frase: “sin pecado concebida” y colocar las medicinas en el torno, que me parecía un aparato mágico y a la vez agobiante.
Hoy los jóvenes no conocen este instrumento, pero está a punto de ponerse de moda, ya que en Las Baleares un dueño de bar piensa reformar la parte del establecimiento destinada hasta ahora a los fumadores en un recinto cerrado, con puerta propia desde la calle y sin acceso a los camareros, que recibirán las peticiones y servirán a los clientes a través de un torno, al que el periodista que dio la noticia por la radio no le dio nombre, sino que explicó en que consistía el artilugio. ¡Qué desconocimiento tan grande de la religión verdadera!
Pero no es de extrañar, si leemos hoy también que ni los Papas de Roma se ponen de acuerdo en definir el cielo, el purgatorio y el infierno -el limbo ya lo habían mandado al mismo-. Para Juan Pablo II, en 1999, el cielo y el infierno eran estados de ánimo (?) y no lugares físicos. Y ayer, en la audiencia de los miércoles, Benedicto XVI proclamó que “el infierno existe y es eterno”, el purgatorio, “un fuego interior” y el cielo creo que se queda como estaba, quizá como el lugar creado por el Dante, presidido por L'amor che move il sole e l'altre stelle, (último verso del Paraíso).
¿Por qué no nos dejan con nuestros catecismos de siempre, el del Padre Astete o el de Ripalda, un señor tan venerable, confesor de santa Teresa? ¡Por favor! que no nos inquieten con tanto cambio.