jueves, 13 de enero de 2011

EL TORNO

Paolo y Francesca (Gustavo Doré)
Aprendí a andar en una farmacia y a escribir en la rebotica, así que mi letra era igual a la de mi paciente maestra, la farmacéutica. A los 6 o 7 años me convertí en la recadera: iba al almacén a recoger medicinas y a las casas de algunos  ancianos a llevarlas; lo que más me gustaba era ir a un convento de monjas de clausura, llamar, responder al  pío saludo, “Ave María purísima”, con la frase: “sin pecado concebida” y colocar las medicinas en el torno, que me parecía un aparato mágico y a la vez agobiante.
Hoy los jóvenes no conocen este instrumento, pero está a punto de ponerse de moda, ya que en Las Baleares un dueño de bar piensa reformar la parte del establecimiento destinada hasta ahora a los fumadores  en un recinto cerrado, con puerta propia desde la calle y sin acceso a los camareros, que recibirán las peticiones y servirán a los clientes a través de un torno, al que el periodista que dio la noticia por la radio no le dio nombre, sino que explicó en que consistía el artilugio. ¡Qué desconocimiento tan grande de la religión verdadera!
Pero no es de extrañar, si leemos hoy también que ni los Papas de Roma se ponen de acuerdo en definir el cielo, el purgatorio y el infierno -el limbo ya  lo habían mandado al mismo-. Para Juan Pablo II, en 1999,  el cielo y el infierno eran estados de ánimo (?) y no lugares físicos. Y ayer, en la audiencia de los miércoles, Benedicto XVI proclamó que “el infierno existe y es eterno”, el purgatorio, “un fuego interior” y el cielo creo que se queda como estaba, quizá como el lugar creado por el Dante, presidido por L'amor che move il sole e l'altre stelle, (último verso del Paraíso).
¿Por qué no nos dejan con nuestros catecismos de siempre, el del Padre Astete o el de Ripalda, un señor tan venerable, confesor de santa Teresa? ¡Por favor! que no nos inquieten con tanto cambio.

viernes, 7 de enero de 2011

SULAYR



Vista desde la ciudad de Granada, Sierra Nevada resulta sorprendente, más aún cuando, después de las primeras grandes nevadas del invierno y oculta por las nubes durante algunos días, una mañana de sol, aparece con todo su esplendor blanco y reluciente. Alguien que ha visto el Mont Blanc, desde Ginebra, me dijo que es más impresionante esta sierra, porque desde la llanura de la vega de Granada, se levanta como una inmensa pared. Aunque se pase una contemplando la Sierra Nevada durante cincuenta años, siempre la encontrará nueva y admirable.

Los musulmanes la llamaban Yabal al-Taly, (“Monte de nieve”) y también la nombraban como Yabal Sulayr (“Montaña del Sol”, que es a su vez una derivación del latín: “Mons Solaris”), según un poeta del siglo X: “el sol brilla hasta deslumbrar la vista, reflejado en las perpetuas nieves”.

Con el frío y ante tal panorama, he recordado un poema humorístico titulado “Sulayr”, de un poeta árabe del siglo XII:

SULAYR (SIERRA NEVADA)

En vuestra tierra bien se puede
dejar la oración y beber vino
-aunque esté prohibido-
e ir así al fuego del infierno,
más suave y amable que Sierra Nevada.
Cuando en ella sopla el viento del norte
¡feliz quien al fuego pudiera acogerse!
Digo -y no me arrepiento de decirlo-
lo que ya antes dijo otro poeta:

“Si tengo que ir al infierno
un día como éste sería el apropiado”.

(Traducción de Francisco Ruiz Girela)

Si este poeta fuera actual caería sobre él la fetua de pena de muerte por impío.