viernes, 18 de febrero de 2011

“LINGOA DO MEU POBO”

Cuando de pequeña iba a casa de mis abuelos al salir del colegio, me recibían mis tías con variadas órdenes y prohibiciones: “lávate las manos, antes de sentarte a la mesa”, “ponte el mandilón”, “no hables comiendo”… Y a mis abuelos, que hablaban mucho, les caía también otra expeditiva recomendación, cuando yo llegaba: “delante de la niña no habléis así”, la frasecita da pie a pensar que ellos hablaban de temas poco adecuados para los niños, pero no, no se trataba de eso, simplemente mis abuelos hablaban gallego, y eran bilingües, pero yo, desde entonces, “padezco” diglosia, -que no es que tenga la lengua bífida, sino que entiendo el gallego y lo leo, pero ni lo hablo ni lo escribo-, la diglosia me la diagnosticó hace años el catedrático Xesús Alonso Montero y pude conocer las vicisitudes por las que ha pasado la lengua gallega al leer su libro “Informe dramático sobre la lengua gallega”.
Aprendí en él que al gallego se lo consideraba como el idioma de la pobreza y, quien ansiaba ascender en la escala social, debía hablar castellano; ya en una viñeta de Castelao aparecía un niño, el cual, subido en una silla, le preguntaba a un viejo campesino: “-Señor Manuel, y usted ¿por qué no habla castellano? -¡Ay!, meniño, o castelán é a lingoa d’os recibos d’a contribución”. El rechazo a la lengua vernácula por parte de la burguesía, e incluso por parte del pueblo,  fue la causa de que dos generaciones, desde principios del siglo XX más o menos, dejaran de hablar gallego por considerarlo como una lengua inferior. Y no hay lenguas inferiores: incluso el dálmata, la única lengua muerta entre las románicas, cuyo último hablante falleció en los años 50 del XX, poseía la misma categoría de lengua que el castellano, pero con menor número de hablantes.
La lengua literaria -perdida desde la Edad Media- se recuperó hacia 1850 a partir de las ideas románticas que extienden por toda Europa el ansia de indagar en los orígenes de los pueblos, bucear en su folclore y estudiar tanto la historia como las lenguas minoritarias. En Galicia se reflejó en el llamado “Rexurdimento” (Resurgimiento), cuya primera muestra sería “Cantares gallegos” de Rosalía de Castro, realmente el primer libro impreso en gallego. Y más tarde, a principios del XX, comienzan a surgir voces nuevas que reivindican el gallego: la revista “Nos” (Nosotros) aparece en 1920 y se publican 144 números hasta 1935. Fueron sus creadores varios galleguistas, entre otros, Vicente Risco y Castelao; estos intelectuales recrean la lengua, que servirá desde entonces como vehículo tanto de la narrativa como de tratados técnicos o de la lírica. La difusión de “Nos” fue extraordinaria en España y en el extranjero. A este respecto hay que destacar cómo un poeta andaluz colaboró en la difusión del gallego literario, fue Federico García Lorca con los “Seis poemas gallegos”, publicados en Santiago por la editorial “Nos”.
Por otra parte, en pleno franquismo, hacia los años 40, grupos de profesores y estudiantes de izquierdas de la Universidad de Santiago decidieron utilizar el gallego coloquial. (Se da la paradoja que mi padre, castellano, profesor en dicha Universidad, llegó a hablar gallego y mi madre, educada como yo en la lengua de “los señoritos”, no lo hablaba). Se trataba de un hecho más o menos aislado, pero importante para el futuro, pues la juventud de los 60 y 70 de ideas marxistas hablarían gallego; un poema de Celso Emilio Ferreiro les serviría como grito popular de afirmación de la legua vernácula:

Deitado frente a o mar” 

Lingoa proletaria do meu pobo,
eu fáloa porque sí, porque me gosta,
porque me peta e quero e dame a gaña; […]
falar a fala nai,
a fala dos abós que temos mortos,
e ser, co rostro erguido,
mariñeiros, labregos do lingoaxe,
remo i arado, proa e rella sempre.

Acostado frente al mar” 

Lengua proletaria de mi pueblo,
yo la hablo porque sí, porque me gusta,
porque se me antoja y quiero y me da la gana; […]
hablar la lengua madre,
la lengua de los abuelos que tenemos muertos,
y ser, con el rostro erguido,
marineros, labradores del lenguaje
remo y arado, proa y reja siempre.




martes, 8 de febrero de 2011

LAS BRUJAS

Todos acuden a la bruja y nadie tiene vergüenza de ella. Se le habla sin rodeos, con la más ruda franqueza, y se le pide la vida, la muerte, medicinas, venenos. Ahora es una joven, que hecha un mar de lágrimas, solicita un abortivo...ahora, en fin, la triste madre agobiada cada año de hijos que sólo nacen para morir. (Jules Michelet: "La Bruja", 1862).
En la Edad Media, las brujas, nombre cargado de connotaciones negativas, eran llamadas por el pueblo "mujeres sabias" porque poseían el conocimiento de la anatomía humana, así como los poderes curativos de las plantas, las causas de numerosas enfermedades y el mecanismo del parto. En algunos países de Europa se las llamó "consoladoras", en Inglaterra “healers” (sanadoras) y en Méjico "aliviadoras". Estas mujeres eran las únicas personas de que disponían las gentes para ser aliviadas y curadas ya que no había  médicos, ni de hospitales en los pueblos y ciudades; los médicos sólo ejercían su oficio en los castillos de nobles y reyes. De manera que eran las mujeres las encargadas de aliviar dolores, de actuar sobre las enfermedades, de evitar abortos espontáneos o de provocarlos, y de dulcificar las molestias del embarazo y los dolores del parto.
Las mujeres sabias utilizaban las plantas y las drogas siguiendo la antigua tradición grecolatina de la medicina “homeopática”, que consiste en que lo mismo que produce la enfermedad puede curar, así como también el veneno que mata, sana el cuerpo, en ciertas dosis mínimas. La Iglesia afirmaba que los medios espirituales -los sacramentos, el agua bendita y las oraciones- podían actuar hasta en los cuerpos; por lo que tildaba a la forma de curar de las sanadoras de "medicina al revés" ya que procedía de Satanás; y, por tanto, el poder de las mujeres no tenía que ver con el conocimiento de la naturaleza que ellas se transmitían de generación en generación, sino con pactos execrables con el demonio en ceremonias secretas o aquelarres.  Efectivamente, las mujeres se reunían al amanecer o al anochecer para recolectar las plantas en el momento óptimo. 
Disponían de tranquilizantes, analgésicos o digestivos. Para los dolores de parto utilizaban el "cornezuelo" (ergotina) -alivio prohibido por la Iglesia hasta épocas recientísimas: a finales de los 60 se produjo en nuestro país la polémica sobre el parto con o sin dolor-. La "belladona" -llamada así por su uso cosmético, ya que dilata las pupilas y abrillanta los ojos- tiene componentes calmantes y narcóticos, como la “atropina” y la "digitalina" que es un fármaco importante todavía hoy en las enfermedades cardíacas; (personalmente, estoy familiarizada desde la infancia con esta droga, porque mi madre, cuando me quejaba de que me dolía la barriga, siempre contestaba: “te voy a dar unas gotitas de belladona”, comprada en la farmacia, claro). La "mandrágora" posee propiedades parecidas a la anterior; ya aparece citada en la Biblia, en la historia de Raquel, y en “El cantar de los cantares”. El "saúco" se utilizaba para varias afecciones, como las oculares, renales o de la piel. Con la "ruda" y el "beleño" forman el grupo de las más importantes plantas que empleaban las brujas. Capítulo aparte  sería el famoso "ungüento de las brujas", con el que “hacían viajar” a la gente y, aplicándoselo a sí mismas, conseguían “volar”; se trata de lo que hoy en la jerga juvenil se denomina “colocarse”.
Las mujeres sabias, la mayoría campesinas, fueron acusadas de estar organizadas, lo que se percibía como un peligro, y como aliadas de Satanás,  cometían crímenes sexuales contra de los hombres. La terrible represión de las sanadoras fue una lucha política de la medicina institucional contra las mujeres y la cultura popular, que se inscribe en lo que algunos antropólogos definen como “el miedo a la mujer”, generadora de vida y, por ello, más cerca que el hombre de la naturaleza, conocedora de sus secretos, lo que le proporciona un poder sobre la vida, la sexualidad y la muerte. Poder que los hombres han intentado frenar en las sociedades patriarcales. Por otra parte, el miedo a la mujer no es una invención de los ascetas cristianos, sino que viene de antiguo, pero el cristianismo lo asimila. Por todo ello se desató la caza de brujas por toda Europa, desde el siglo XIV al XVII.  También perecieron en la persecución muchos hombres, pero las cifras que nos proporcionan los documentos históricos hablan de que un 80% de los procesados por la Inquisición eran mujeres y un 85% de todos los condenados a muerte (la mayoría en la hoguera) eran mujeres: viejas, jóvenes y niñas.
Y las valientes mujeres que, a pesar de la represión y la muerte, siguieron transmitiendo los saberes ancestrales de la naturaleza, pertenecen a la estirpe de aquella primera mujer rebelde que no fue Eva -sacada de la costilla de Adán- sino la creada a la par que el varón, como su igual, de nombre Lilith.
Nota.-Parece que lo que ahora se entiende por homeopatía no tiene mucho que ver con la que practicaban las brujas, si no, se hubieran muerto quienes el día 5 de febrero se tragaron montones de pastillas homeopáticas y se quedaron tan frescos.