Hace poco una amiga me comentó que ella era “sinestésica”, porque desde pequeña “veía” en colores los nombres de personas, lugares y números: el 1 es negro, Sofía es naranja, Granada es roja, etc. No sé si a mí me está afectando ese fenómeno, porque desde que leí la palabra “monomarentales” (me tengo que pelear con el Word que me la cambia automáticamente), veo las palabras que un cierto feminismo subvencionado inventa, en negro.
En “El País” del día 19 la Sra. M ª Jesús López Casas escribía una carta que comienza: Leo con estupor un anuncio convocando unas jornadas de familias monomarentales subvencionadas por el Ministerio de Igualdad[…] He llamado al teléfono que viene en el anuncio para saber más y me dice la atenta señorita que ya saben que no existe la palabra, pero que “le quieren dar un toque de género”[…]
Intento averiguar de donde viene tan demencial cambio de la palabra castellana ‘monoparental’ y descubro que no sólo la utilizan las organizadoras de esas jornadas, lo más grave es que ha pasado al BOE: Se considerará familia monomarental la formada por una mujer que tenga a su cuidado menores de 21 años o mayores con discapacidad […]
Te ruego, lector paciente, que me disculpes los “toques de historia del español” que me veo en la necesidad de exponer: yo sospechaba que “monoparental” no deriva del latín patrem>padre, ya que la “t” no puede desaparecer así como así, luego tendría que venir de parens= la que pare, que es, nada menos, el participio activo del verbo paro=yo paro, acción de lo más femenina. Y así me lo confirma el “Diccionario etimológico” de Joan Corominas: “PARIR, fin S. X. Del latín PARERE 'dar a luz', 'producir, proporcionar'. DERIV. Pariente, h. 1140: del lat. parentes 'padre y madre', más tarde 'parientes'”. Esta última forma se mantuvo en francés e inglés. Y, en castellano, la forma “parental” llega a significar “relativo a uno o a ambos progenitores”. No creo yo que a una palabra con tal origen haya que darle un “toque de género”; además no es una palabra eufónica, porque si hace el lector el experimento de pronunciar “monomarental” en voz alta, notará que es más molesta que la correcta “monoparental”.
Parece que la gestación de la dichosa palabra ha tenido lugar en la sede de la Comunidad europea, en Bruselas, en donde un traductor llamado Miguel Vidal “parió el engendro”. Han sido varias las voces de lingüistas que le han rebatido sus argumentos sobre el invento, pero él sigue erre que erre insistiendo: Ante todo, debo confesar mi orgullo al ver que mi pequeña nota sobre el término “monomarental” ha despertado el interés de un maestro de la talla, etc. Ya se sabe la osadía de la ignorancia. A un mensaje mío en que le hago saber su error, contesta: Mi defensa del término “monomarental” reposa en la tesis de que la lengua debe estar al servicio de la sociedad, y de que, cuando un cambio puede conferir una visibilidad a un colectivo determinado, ese cambio debe prevalecer sobre unas normas gramaticales que tampoco son inmutables...
Creo que ya no merece más comentarios; otra vez me vuelvo “sinestésica” al leer “visibilidad” y “colectivo”. Así que dejo aquí este asunto.