lunes, 19 de julio de 2010

LA CASA DESOLADA

Había que levantar la casa de los padres, deshabitada hacía meses, pues ellos ya no estaban, pero habían vivido en ella casi cincuenta años. Los hermanos comenzaron a desmantelar –‘quitar el mantel’ del latín dis, (des-), y mantellum, (velo, mantel)- en la que había, sí, muchos manteles de las abuelas y de la madre, pero no sólo. Revisaron los costureros y los cajones de la máquina “Singer”: encajes y agujas de crochet, hilos, ovillos de lana y agujas de calceta, tules bordados sin terminar…tantas cosas que hoy parecen anacrónicas. En un armario, al lado de las mantas de lana de las ovejas de la Tierra de Campos, aparecían agendas de la madre con los gastos cotidianos y recetas de cocina y menús y testimonios de las visitas de los hijos cuando vivían lejos. Los hermanos iban guardando en sendas cajas lo que para ellos eran recuerdos apreciados: el cubierto de una hermana con sus iniciales,  los cuadernos y libros del bachillerato o hasta las tacitas de café desportilladas.
Fue conmovedor encontrar fotografías antiguas de los antepasados  y de los padres y cartas que aún no se atreven a leer y un cuaderno de la madre en el que ella había copiado, con perfecta letra redondilla, los poemas que le gustaban, de Rubén, de José Asunción Silva, de su marido cuando eran novios: “¡Son tan claros y tranquilos! ¡Son tan bellos esos fondos de tu alma!...” En dos o tres cajas guardaron los escritos del padre.
Todas estas cosas eran fáciles de recoger y repartir, pero no así unos 5000 libros, cientos de vinilos, de cintas de vídeo y de casetes. No eran partidarios de la actitud de la sobrina de don Quijote cuando decía: -No hay para qué perdonar a ninguno [los libros], porque todos han sido los dañadores: mejor será arrojallos  por las ventanas al patio y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y, si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo. Por lo que organizaron el escrutinio de la biblioteca convocando a los nietos de sus padres en primer lugar y después a los amigos. Les resultaba más grato que los allegados disfrutaran los libros y discos del padre.
Cuando el escrutinio terminó fue doloroso contemplar la biblioteca desolada y alguien recordó la frase de la primera bisnieta que a los cuatro años dijo un día al entrar en el despacho del bisabuelo: -Abuelo, aquí hay todo lo que yo necesito. Alguien también evocó los versos del poeta Luis Martínez Drake:

En un sólo día
cambiaron los muebles, las alfombras
trasladaron los libros
dejaron vacías las paredes.
Me quedé quieto
para que no se rompiera nada
al olvidarlo.

                                                     Cuadro-poema de Lius Martínez Drake

Ya era una casa desolada: sin libros, sin muebles, sin cortinas y sin rosas,  agostados tempranamente los rosales. Sólo confortaba a los hermanos el haber comprobado que, en aquella casa, habían vivido padres e hijos tal vez los mejores años de sus vidas y disfrutar en los largos días del desmantelamiento de la generosidad de la vecina que les ofrecía zumo de naranja recién hecho por las mañanas y té por las tardes y todo su cariño de años de cercanía.

4 comentarios:

  1. María Victoria,

    una alegría esta casa habitable, a la que llegó de rebote desde donde los ángeles y que visitaré más a menudo. Un abrazo.

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  2. Sin comentarios... o mejor, sólo uno sacado de un soneto de nuestro tío Mauri cuando hace años hicimos otro escrutinio:
    "Cual tesoros los sacaban
    del baúl de los recuerdos
    y junto con la memoria
    reposaba el alma en ellos.

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  3. Preciosos versos, me gustaría ver el texto del romance completo

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