sábado, 17 de julio de 2010

SUMA

Sentada sobre las cinco vías
Mi amor por los libros viene desde muy temprana edad, aun antes de que mi padre pusiera el primero en mis manos a los 7 años: “Celia, lo que dice”, de la escritora exiliada en Argentina Elena Fortún,  pues antes ya conocía la “Suma teológica” de santo Tomás de Aquino.
Cuando tuve edad para sentarme a la mesa de los mayores, como  en mi casa no había trona, se les ocurrió a mis padres elevarme sobre unos cuantos libros colocados en la silla y eligieron una colección de gruesos volúmenes, siete u ocho, encuadernados en piel, escritos en latín y editados en el año 1797, se trataba de la famosa obra del filósofo medieval que sostenía que las mujeres no tienen alma -pero ésta es otra historia-.
Tomus Septimus
Dudo que la proximidad epidérmica con aquellos libros me sirviera para incrementar mis conocimientos además de mi estatura, dado que el lugar donde la espalda pierde su honesto nombre –así llamaban al culo mis tías- no es el más propicio para aprender. Pero de lo que estoy casi segura es de que el pobre fraile Tomás de Aquino sufrió los agravios de mi fisiología infantil.
Sin embargo, la educación que en los años cuarenta impartían nuestros padres consistía en dar cachetes sin ira, generalmente en la zona del cuerpo a la que me vengo refiriendo, cuando los infantes no entrábamos en razón y aprendíamos, ¡vaya que si aprendíamos!, y no estamos “traumados”. Hoy en día, hay niños que se convierten en tiranos de sus padres porque éstos piensan que tienen que ser amigos de los hijos y les fabrican un fanal de supuesta felicidad y dulzura. Y los resultados no siempre son los mejores.

5 comentarios:

  1. Teólogo a tiempo parcial17 de julio de 2010, 14:22

    Justa pena para este santo machista. En tu historia se castiga al teólogo que le negaba el alma a las mujeres a servir con su Suma, de asiento y trono, a una de las zonas más metafísicas de la mujer: el culo. Seguramente, Santo Tomás no reflexionó, perdido por muchas otras vías, sobre que el poder de esta zona del cuerpo de la mujer es inexplicable sólo desde la física o la ontología. La justicia poética nos remite en estos asuntos que están más allá de la propia física, a la metafísica. Que se joa el fraile.

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  2. Físicas o metafísicas tus reflexiones me remiten a la ostentación que de esa zona muestran las actrices en algunas telenovelas, sobre todo las colombianas ¡qué ritmazo tienen al andar! Pero ¿dónde me dejas al alma o a un concepto tan cursi como "el eterno femenino"?

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  3. Qué original manera la tuya de contactar por primera vez con los libros, claro que yo conozco a otros que sus mayores se los han puesto debajo de los brazos, sujetándolos con fuerza , para impedir que el cuerpo se desparramara por la mesa y aprender a comer con corrección, cualquiera era válido desde el Decamerón, hasta el Quijote, lo que importaba es que fueran voluminosos y de pastas duras,; también sé de algunas que los han utilizado para prensar el pavo trufado en Navidad, en este caso solían ser varios tomos del Espasa, en fin, hay gustos “pa tós”.
    Ah, los libros! compañeros desde nuestra mas tierna infancia, entonces no había televisión, ni vídeos, ni nada, pero que emoción cada nuevo libro.
    Mi primer libro vino de la mano de los Reyes Magos, tenía siete u ocho años, se trataba de un volumen precioso de los cuentos de Andersen; en aquellos tiempos los Reyes entraban por la ventana y ese año me trajeron una cocinita con cacharritos de hoja de lata y en el alfeizar, qué bonita palabra, estaban ambos regalos, el cuento y los cacharritos, no hubo duda, lo primero que cogí fue el cuento, me metí en la cama y lo abrí con emoción; de inmediato me subyugaron los colores vivos de las magníficas ilustraciones y un título especialmente sonoro : “Merlín el Encantador” , lo de Merlín sonaba a algo mágico. Recuerdo una frase que empezaba así: “ Pero, sin embargo….” me sentí muy mayor al poder ya leer palabras, de las que ignoraba el significado, pero que me parecían importantes.
    Más adelante, y ya leídos muchos cuentos, mi padre me regaló el libro “Cabeza de Vaca” apasionándome con las proezas de aquél iluminado.
    Mucho mas adelante en el tiempo, leía sin tregua de la muy bien provista biblioteca de un buen amigo de mi padre, que vivía en la misma casa, dos pisos mas abajo. Este que había estado represaliado, encarcelado y otras muchas lindezas al uso, por ser del partido comunista, en uno de sus encierros involuntarios, hizo muy buena amistad con un librero, que tenía una modesta librería a las espaldas de la Gran Vía madrileña, y recibía, bajo cuerda, libros de editoriales sudamericanas, absolutamente prohibidos en España. Qué lujo poder leer aquellos libros, que inolvidables fines de semana dedicados con avidez a la lectura, para poder bajar presurosa a por más libros cuando terminaba los que tenía entre manos.

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  4. Muy interesante el proceso de tus lecturas, Petra, desde la niñez hasta la edad adulta. Yo recuerdo aquellas librerías en cuya “rebotica” guardaban libros clandestinos: de Argentina, libros de la editorial Losada, de Méjico, de “Fondo de cultura económica”. Por cierto, el nombre de esta editorial no era así, sino: “Fondo de cultura ecuménica”, pero el linotipista se confundió y ya no pudieron rectificar. Ambas editoriales, entre otras, fueron como lluvia de mayo en el árido panorama de la cultura en la época franquista.

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  5. Petra, yo recuerdo y coservo aún ese cuento de Andersen, tiene unas tapas duras y creo que una chinita en la portada, también me lo trajeron los Reyes Magos.Lo leía y releía continuamente volando por ese mundo mágico. Se lo volví a leer a mis hijos pero no conseguí que ellos lo leyeran por si mismos y aún conservo la esperanza de poder conseguirlo con mis nietos.
    Uno de mis mejores recuerdos de la niñez es cuando iba con mi padre a las librerías de Huelva y de Ferrol y el librero nos llevaba a la trastienda (que olía a papel y madera) donde, mientras mi padre revisaba los últimos libros prohibidos, yo me leía todos los cuentos que podía, estos no prohíbidos,especialmente de Hadas y recuerdo la rabieta final porque mi padre me comprara uno de ellos, cosa que unas veces conseguía y otras no, eso sí, el siempre volvía con uno o varios libros.

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