sábado, 4 de agosto de 2012

LA ESTELA DE SHEREZADE (II)

En la entrada anterior me he referido a las mujeres como las principales transmisoras de la tradición popular así como de la historia de la familia, pero, para hacer justicia, he de afirmar que los hombres de la mía: tanto abuelos, padre y algunos tíos han sido grandes contadores de historias. Si las mujeres solían contar alrededor de la mesa camilla, en la ciudad, o en la puerta de la casa, sentadas en sillas de enea, mientras cosían, en los pueblos, mi abuelo, pastor de la Tierra de Campos, hablaba mientras nos llevaba a los nietos en un carro tirado por el burro Campano y mi abuelo de la ciudad, marino, en las largas caminatas por las “corredoiras” de los montes gallegos nos contaba del mar y de lugares lejanos. Ambos también relataban historias de la familia y nos instruían en multitud de nociones sobre el campo y, en las noches de agosto, sobre las estrellas.
Entre las mujeres, las historias que más se prodigaban en las reuniones familiares -cuando yo ya había pasado la primera infancia- eran las de la Guerra Civil, tan cercana. Pueden parecer muy llamativos los testimonios de algunas mujeres que aseguraban que lo habían pasado bien en la guerra; -teniendo en cuenta que no se produjo ninguna desgracia-. Mi madre contaba que, cuando pasaba un avión sobrevolando la ciudad, los falangistas sacaban sus pistolas y, para hacer más gráfico el relato decía: “...y se dedicaban a tirar tiritos al aire: ¡pin!, ¡pin!, ¡pin!, me daba mucha risa verlos”. Contaba que iba en grupo con  muchachas a los hospitales a acompañar y consolar a los heridos, a leerles y escribirles las cartas y, además de pasarse en la calle mucho más tiempo que en circunstancias normales, afirmaba que nunca después habrían de estar rodeadas de tantos hombres atentos, más o menos guapos y agradecidos. Las relaciones con los soldados también se producían por carta, ellas hacían de “madrinas de guerra”. De contactos por este medio, entre madrinas y ahijados, derivaron muchas relaciones sentimentales más o menos duraderas.

1937
En el mismo sentido, se encuentra en dos ocasiones en la novela “Cinco horas con Mario” una confesión que hace la protagonista, Carmen Sotillo; dice así: ...yo lo pasé divinamente en la guerra...con las manifestaciones y los chicos y todo manga por hombro... Y es que la guerra supuso una liberación para las jóvenes, sujetas generalmente a una férrea disciplina y horario en sus casas, porque se había trastocado el orden y las reglas de la vida diaria. Parece como si en aquellos días terribles se activara el mecanismo del carpe diem, ya que nadie podía estar seguro de que al día siguiente hubiera comida, ni siquiera si se iba a seguir con vida. Pero la libertad de salir y trabajar se les acabó a las mujeres españolas al terminar la guerra y el Fuero del Trabajo las devuelve al hogar y “las libera de la oficina y de la fábrica”.
A este respecto es significativa una escena de la película “Un día en Nueva York”, en la que sucede lo siguiente: un taxista lee el periódico dentro del vehículo.
 Sinatra: -¡Taxi, taxi!
Taxista: -Lo siento, hoy no hago más carreras. Voy a devolver el taxi. Llego tarde.
Sinatra: -Por favor, señor.
El taxista aparta el periódico: ¡sorpresa! se trata de una chica con una sonrisa deslumbrante.
Sinatra: -¡Eh!, es una chica. ¿Por qué está conduciendo un taxi? La guerra terminó.
Taxista: -Nunca dejo lo que me gusta.


2 comentarios:

  1. Para mi madre, también como para la tuya, la guerra supuso a pesar del horror que significaba, una apertura a aires nuevos, en Madrid todos días ocurría algo excitante, aunque a menudo con tintes trágicos. Ella me contaba que la vida continuaba con más intensidad, cada momento podía ser el último. Después de cada bombardeo, la gente salía presurosa a la calle y, al ver que seguían vivos, los cines se llenaban, en los restaurantes no había mesa... Me contaba también que por la calle había mucho movimiento, gente de muchos países, muchachos guapos, muy educados. Supongo serían de las Brigadas Internacionales. Todo bullía.

    ResponderEliminar
  2. Petra, perdona por la tardanza de mi respuesta. Es muy interesante el punto de vista de los madrileños, que responde al mecanismo del "carpe diem", ya citado. Me recuerda a lo que mi suegra me contaba del pueblo de Jaén donde vivían, al que se fueron varios miembros de la familia (su madre, su hermano con la mujer y algún primo) a pasar una temporada en el verano del 36 y la estancia se prolongó durante tres años. Pasaban hambre y miedo, pero ella decía que recuerda los ratos que pasaban alrededor de una mesa charlando, limpiando lentejas o elucubrando qué tendrían para comer al día siguiente; sin embargo, en esas tertulias, decía ella, se reían como pocas veces en la vida.

    ResponderEliminar